Siempre
he dicho que mi problema es que no soy capaz de desechar ningún ámbito de la
psicología. Me gusta y disfruto aprendiendo en todos los campos, y esto desde
que empecé a estudiarla, hace ya 33 años. Incluso cuando se es testigo de mucho
sufrimiento en ocasiones, la satisfacción del servicio en estas situaciones, el
conocer y empatizar con tanta gente estupenda supera con creces todos los
esfuerzos.
Pero
hay cosas que no se aprenden en cursos o libros, sino que es fruto de la
experiencia, y hace tiempo que tengo deseos de escribir algo sobre las
ocasiones en que realizando mi trabajo, no puedo evitar producir emociones y
sentimientos negativos muy fuertes, de las que me enorgullece que el tiempo no haya
logrado hacerme insensible.
Es
parte de mi trabajo que no me resulta nada agradable, pero que es ineludible por responsabilidad profesional y a pesar de
ser lo menos grato de mi profesión, es otra forma de ayuda. Se trata
de informar a los padres respecto a un hijo cuando en la evaluación realizada
hay resultados que indican la existencia de necesidades educativas especiales o
específicas. Es muy frecuente, sobre todo si no son muy pequeños los menores,
que se nieguen, incluso que se indignen, y descarguen su ira contra quien le da
la noticia. Piensan que si fuera cierto, ya lo habrían notado.¡Creemos que
conocemos a nuestros propios hijos y a veces es una ilusión, y no vemos lo que
no queremos ver!
Al
tratarse de menores en desarrollo, siempre hay la esperanza de que los síntomas,
la dificultad, vayan desapareciendo con el tiempo. Y en cierto sentido, asi es,
hasta terminar el desarrollo no se puede considerar nada completamente
definitivo, pero no se disipa, ya que cuando se llega a este punto, la
necesidad de tomar medidas para el bien del menor es patente. Dejar el momento
de la comunicación para el final del desarrollo supondría desperdiciar un
tiempo valioso para luchar para conseguir el mayor nivel de funcionalidad en todos
los ámbitos de su vida.
Después,
la preocupación, el hundimiento, y el desahogo con frecuencia, incluso con las
personas contra las que desataron su ira fruto de la frustración, porque el
hijo o hija no eran lo que esperaban. En este momento, sienten que pueden
confiar, pues dijeron lo que nadie se atrevió, pero quizás muchos sospecharon,
o vieron claro.
Aunque
hay que responsablemente comunicar la noticia cuando se tenga la suficiente certeza de las
necesidades especiales, con frecuencia los síntomas pueden variar en el tiempo,
llegando incluso a variar de diagnóstico. Por esto, es importante hacer sobre
todo, hincapié en las necesidades que vaya presentando en cada momento, más que
en el nombre del cuadro que lo pudiera definir.
Si el progreso en la
aceptación de la noticia en los padres es positivo, después de una primera fase,
frecuentemente de ira, o negación, a veces sentimientos de culpa y autocastigo
y depresión, empezarán a preguntarse. ¿Ahora qué se puede hacer?, y huirán de
los primeros pensamientos que con frecuencia producen un bloqueo hacia la
acción positiva para mejorar el desarrollo de su hijo o hija.
Si inician este primer
camino, buscando todas las posibilidades para ayudar a su hijo o hija, para que
pueda desarrollarse lo mejor posible, para potenciar todas sus posibilidades,
contactando con otros padres en esta situación, la mayor información hará que
los miedos disminuyan y acepten a su hijo tal y como es, entendiendo que su
esencia no es el problema que acaban de descubrir, y es el mismo hijo o hija
estupendo de antes de la mala noticia. Solo que ahora son conscientes de
cómo ayudarle mejor.
Por tanto, yo
distinguiría cuatro fases de forma general;
1.- Ira- Negación.
2.- Depresión, culpa
3.- Activación.
4.- Aceptación
Este proceso puede ser
muy rápido, o muy lento y doloroso, e incluso a veces y por desgracia, no pasa
de la segunda fase, pero es importante que se inicie con una mala noticia, y es
responsabilidad de los profesionales el darla, y entender que esta labor es
valiosa, difícil, y casi nunca reconocida.